El Betis y el beticismo viven momentos difíciles. La eliminación en la Copa del Rey sin ser capaz de dar la cara frente al eterno rival, el Sevilla, ha sido la última gran decepción de la afición verdiblanca. Previo a eso, la trayectoria de más a menos en la Liga, la salida de Pepe Mel y la incertidumbre sobre su sustituto hacen mella en una parroquia tradicionalmente optimista.
Y no solo eso. La ilusión en verano desbordaba el Benito Villamarín. Llegaron muchos futbolistas, tal vez demasiados, y algunos de ellos generaban ilusión y pocos lo siguen haciendo. Mención aparte merece Joaquín, ídolo histórico de la afición, que trata de mantener su nivel a golpe de ramalazos de calidad.
Pero más allá del regreso del ‘niño del Puerto’, los béticos se frotaban las manos con la llegada de Rafael Van der Vaart, un futbolista de talla mundial que había maravillado en el Hamburgo, el Tottenham y en el mismo Real Madrid.
Pero pronto vieron que de ese fenomenal jugador no quedaba ni su magnífica zurda. Pasado de peso, sin intensidad en entrenamientos ni partidos y desconectado del juego coral, el holandés nunca conectó con el equipo ni la afición. Al menos lo reconoce, porque Van der Vaart comentó ayer, en el diario alemán Bild, que su carrera había tocado fondo. “Debo admitir que he alcanzado el punto más bajo de mi carrera”, comentó el centrocampista.
Si ya no contaba mucho en los planes de Mel, el técnico interino, Juan Merino, incluso lo ha dejado fuera de la convocatoria para el primer encuentro que dirigió. Desde luego, una declaración de intenciones.