Felipe Melo, centrocampista del Inter de Milán e internacional con la selección brasileña de fútbol, acaba de realizar unas declaraciones muy duras que no han pasado inadvertidas a nadie. “Si no hubiera sido futbolista, hubiera sido un asesino”, comentó en una entrevista.
Melo, nacido en una de las peores favelas de Río de Janeiro, comentó en la propia entrevista que muchos de sus amigos habían fallecido víctima de la violencia en las calles: “Tenía que elegir entre el fútbol y la mala vida y elegí el fútbol”.
El deporte, en este caso, ha salvado su situación por darle una salida, principalmente en lo económico, de una situación que le abocaba a la autodestrucción. Otros de sus amigos y vecinos, menos talentosos, no han tenido tanta suerte.
Y trasladado a España, a otros niveles, el deporte hace una función parecida. Los valores que un joven adquiere practicando atletismo, fútbol, baloncesto o cualquier otra disciplina, le prepara para el ‘salto’ a la vida real desde la comodidad de la niñez y le previene de la importancia del esfuerzo, el compañerismo, la amistad y la meritocracia.
El trabajo social que hacen clubes deportivos no está suficientemente valorado. Tienen ayuda, en algunos casos, de las instituciones públicas, pero no son acordes a la importantísima labor que desempeñan. ¿Qué sería de muchos de nuestros jóvenes sin el deporte?
El afán de mejorar, de competir y el sueño de poder ser profesional algún día evita, en muchos de los casos, malos hábitos. Lejos del terror que implican las favelas de Río de Janeiro, en España también hay muchos peligros. Afortunadamente, gracias al deporte, lo son un poco menos.