La balanza de Pedro Mosquera

La balanza de Pedro Mosquera

Es evidente que el Valencia está en horas bajas. Hace un tiempo sería impensable verlo más cerca del descenso que de puestos europeos, con un técnico sin respaldo y un equipo anárquico sin saber muy bien a qué juega. Plagado, además, de futbolistas de medio pelo catalogados (por intereses privados) como estrellas emergentes.

También sería poco creíble que tratar un futbolista de un equipo modesto (pongamos el Deportivo de La Coruña) dispuesto a pagar su cláusula, doblando el sueldo del jugador en cuestión (pongamos Pedro Mosquera) y que este le diera un portazo en las narices.

Los cuatro millones de euros de la cláusula de rescisión de Pedro Mosquera no son acordes a su excelente rendimiento. Eso lo sabe cualquiera que haya visto más de cinco minutos de un partido del Dépor. Y no ha tardado mucho en darse cuenta alguien en Valencia. La ofensiva fue clara y directa, pagar la cláusula, y dejó a la directiva del equipo coruñés con una mano delante y la otra detrás, indefensa y con cara de circunstancias. El club herculino lanzó una oferta de renovación a la desesperada, mejorando el sueldo del futbolista, lógicamente, pero sin acercarse siquiera a los susurros que llegaban desde levante.

Todo parecía perdido para un Dépor que se veía en la tesitura de buscar un mediocentro de garantías en dos días, ya que el mercado estaba a punto de cerrar y la plantilla se quedaba con Bergantiños, Borges (lesionado) y un Juan Domínguez lejos de su mejor nivel.

Pero entonces, en algún lugar de A Coruña, su ciudad natal, Pedro Mosquera se sentó ante una balanza. Posó los euros sobre uno de los platillos y el desnivel era evidente. El artilugio casi se descompone: tenía que irse. Antes de tomar la decisión final, y con el aplomo que le caracteriza también en el campo, comenzó a rellenar el plato opuesto. Puso en él el proyecto deportivo (comparado con el valencianista), su importancia en el equipo, la satisfacción defender al club de su ciudad, el poder estar con su gente cada día y, además, el sentirse querido, respetado y valorado por una afición que le idolatra.

Pocos se habrían sentado siquiera ante la balanza y muchos menos habrían tenido el temple de rellenar el segundo plato antes de correr a por el contrato de su vida. El dinero no lo es todo. Al menos no siempre. Al menos no para todos. Mosquera se queda.

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