No sé de quien fue la idea, pero acertó. El que decidió añadir la bandera gallega al mosaico blanquiazul de Riazor el pasado sábado dio en la clave. Y supongo que sería el mismo que decidió hacer sonar el himno gallego, acompañado de la letra en los espectaculares videomarcadores, para representar un karaoke de unión entre vecinos que acostumbraban a mirarse por encima del hombro.
El ambiente en el derbi gallego entre el Deportivo de La Coruña y el Celta de Vigo fue espectacular. No cabe duda de que fue un partido emocionante, ya no solo por la tensión que generan este tipo de encuentros, si no por lo visto en el césped. Se adelantó el Depor, el Celta falló un penalti y hubo intriga en el marcador hasta los instantes finales. Ganaron los locales por 2-0, sí, pero lo socialmente importante no fue eso.
Lo verdaderamente destacable es que los derbis gallegos han mejorado de forma asombrosa en los últimos años. Los dos equipos han pasado de vivir al límite, incluso en Segunda División y mirando al abismo, a volver a acomodarse en la élite. Además, hace tiempo que las noticias han dejado de ser pedradas, peleas, lunas rotas y demás destrozos, para pasar a ser la sorna y la retranca típicas de la tierra. Así, sí.
El sábado se vio la viva imagen de un derbi recuperado con unas aficiones tan apasionadas y vibrantes como responsables. No deja de tener gracia que los seguidores del Celta coreen que el único Deportivo que reconocen es el Alavés (omitiendo la presencia de su vecino), o que los coruñeses aludan a que los celestes solo tienen copas de cristal (ante su falta de títulos oficiales). Todo simpatiquísimo. Nada más.
Y en el campo también cundió el ejemplo. Iago Aspas, que se había ido expulsado por exceso de ímpetu en su última visita a Riazor, acabó esta vez repartiendo abrazos entre sus rivales, al igual que Jony, que recibió el cariño de los jugadores deportivistas instantes después de marcar un gol en propia puerta que acababa con el partido.
Se suele decir que lo que bien empieza, bien acaba. No siempre, pero suele ayudar. Oír cantar a los 30.666 espectadores su himno, al unísono, sin importar el color de su camiseta, tal vez les hiciera entender a muchos que tienen más cosas en común de las que pensaban. Un ilustre gallego como Manuel Manquiña lo explicaba en Airbag: “Vamos a llevarnos bien…”.